En cuanto oigo la cantinela de que el problema secesionista «se trata de un problema político y no jurídico«, automáticamente desconfío de quien lo dice. ¡Claro que es un problema político! ¡Y claro que es un problema jurídico! De dimensiones colosales.
La dichosa coletilla significa: olvidémonos del Derecho y hagamos lo que yo digo. ¿Cómo quiere usted resolver un problema político sin fijar previamente unas reglas? ¿A golpes? Porque, en ausencia de Derecho, se impone la arbitrariedad, asumida vergonzosamente por mentes intelectuales -y no muy lúcidas- que apoyan la secesión. El desprecio a las reglas previas, al Estado de Derecho, y el desprecio a quien no piensa como uno quiere que piensen los demás, lleva a que un sectario (e intelectual) como Salvador Cardús proteste porque le conceden un premio al sr.Bonet, el de Freixenet. La razón de la protesta es que es «antiindependentista». No es otra cosa más que llamar a la emoción de la gente para que proteste, no porque Bonet atesore más o menos méritos, sino porque no comparte las mismas ideas. Eso tiene un nombre, que no me gusta demasiado repetir en este blog. Por cierto que, para variar y cuando alguien critica a Cardús por su reacción, éste encuentra un par de excusas baratas: que Bonet habría coaccionado a trabajadores y que por eso lo criticaba; y añadía si es que no se podía criticar la decisión de un jurado. Lo que no decía Cardús era que su tuit destacaba el carácter «antiindependentista» de Bonet y nada de lo anterior.
Ya he dicho en otras ocasiones que lo que uno piensa debe ser sometido a contraste. En este caso, no es el contraste, sino lo contrario: compruebo que, desde planos distintos, hay quien publica artículos que comparten ideas generales de este blog. Así, Elisa de la Nuez -una de las editoras del interesante blog ¿Hay Derecho?- publicó en El Mundo un artículo (el enlace lleva a Iustel) en que advierte sobre las tendencias que en Cataluña existen a fundirlo todo bajo un designio único (¿cómo pueden coincidir tanto Junts pel Sí y la CUP, como parece?) bastante extraño. También me llamó la atención un artículo de Carlos Carnicero que, simultáneamente a un pasaje que comenté de un libro de Antony Beevor, hacía referencia a una escena de la película Cabaret -ambientada en la Alemania nazi- y al uso de lo que él llama la «tecnología emocional» y yo he titulado «subidas emocionales«.
Aunque se insista en que la pretensión secesionista tiene unos fundamentos racionales -no lo dudo, aunque soy muy crítico con ellos-, lo cierto es que la mayor carga viene proporcionada por expresiones como «Espanya ens roba«, de la que ya hemos visto cómo se niega haberla dicho o, prácticamente, se reniega. El corolario de todo ello lo pone el siguiente párrafo de Carnicero, totalmente acorde a la realidad: «No importa si está demostrado que Cataluña saldría de la Unión Europea, del Euro, de la OTAN y la ONU, porque la promesa de que «el futuro les pertenece solo a ellos» es más fuerte que cualquier demostración de hechos razonables y comprobados«.
Este sentido emocional de la secesión se transmite, como señalaba antes, a los intelectuales, a las personas de mayor formación y capacidad de influencia. Si seguís los comentarios que suelo cruzar con Juanmari -me consta que es así por la cantidad de clicks que a veces veo en las estadísticas en algunos enlaces que intercambiamos-, veréis que últimamente he criticado a Dolors Feliu o a Benet Salellas, juristas de categoría que no tienen empacho en tragarse sus propios postulados (D.F.) o exponer ejemplos que nada tienen que ver con lo que explican (B.S.) con la única finalidad de justificar su posición. ¿Quién va a dudar de ellos, si son personas serias y de reconocida capacidad? Sí, yo dudo y los critico. Pero no todo el mundo puede hacerlo, del mismo modo que yo no puedo dudar o criticar a un oncólogo sobre un determinado tratamiento frente a un cáncer de próstata.
Sigo con este apartado. Me fijo especialmente en Dolors Feliu, jurista de reconocido prestigio de la que, insisto, me mereció un juicio bastante favorable su libro «Manual per la independència». Disiento en algunas de sus propuestas o ideas, o en muchas, qué más da. Pero estaban basadas en el rigor que ahora ha perdido. Una decepción. Enorme. Porque cuando compruebas que una persona de elevado nivel intelectual -sea cual sea su orientación política o ideológica- está dispuesta a rebajar su rigor para ponerse al servicio de un fin concreto, es que hemos perdido mucho por el camino. La siguiente imagen corresponde a un capítulo de su libro, con el siguiente encabezamiento: «Canalización por partidos y muy amplia mayoría parlamentaria a favor de la independencia«.
Decidme si 72 diputados, sostenidos por el 47,8% de los votantes se corresponden con ese encabezado. Me respondo: NO. Pues bien, hace días que Dolors Feliu se ha tragado este capítulo y escribe cosas que difieren bastante. Y eso que en este mismo capítulo, refiríéndose especialmente al referéndum, aunque extrapolable sin duda a la «muy amplia mayoría parlamentaria» escribía que «Una declaración de independencia seca, sin unos resultados de mayorías claras a preguntas claras, y no envueltas por una previa negociación con el Estado o reiterados intentos de negociación y acercamiento, tiene pocas posibilidades de éxito«
Cualquier secesionista, que no esté embriagado de su ideología hasta el punto de perder de vista la realidad, reconocerá que los postulados de Feliu y las ideas generales que defendía no se cumplen a día de hoy (yo le reconoceré que hay dos millones por la secesión y bla, bla, bla; no son mayoría clara, ni muy amplia. No son ni mayoría, aunque la Ley d’Hondt la otorgue parlamentariamente). Se demuestra, pues, que Dolors Feliu está dispuesta a abandonar sus principios como jurista en pos de la secesión. Si hoy hace esto, ¿a qué no estará dispuesta mañana por un supuesto «bien superior»? Siniestra pregunta, inquietantes respuestas.
Como podéis suponer, hay más ejemplos, como el pasado 5 de noviembre, en que Feliu intervino en el programa Més 324, del Canal 324, que es el canal de noticias de la televisión catalana. Tras una larga exposición, Feliu introdujo una discusión acerca de la posibilidad de que una Resolución del Parlamento pudiera ser objeto de recurso ante el TC; la profesora de Derecho Constitucional Argelia Queralt intervino diciendo que eso era un tema ya cerrado por el TC, en el sentido de que sí era posible y ya estaba claro; Feliu contestó diciendo que sí que estaba cerrado, pero que no tenía tan claro que «estuviera bien cerrado«, con un tono y forma que podría esperar de una tertuliana como Patricia Gabancho, pero no de ella. De nuevo traduzco: «como no me gusta, está mal, muy mal«. Y eso lo dice una jurista de reconocido prestigio. Aquí tenéis un enlace al vídeo, que podéis ver, por tener una cierta perspectiva, desde el minuto 43 y hasta el 44.
Cierro el tema. Con Eduard Sagarra. Sí, el profesor de Derecho Internacional que sostiene la doble nacionalidad automática en caso de secesión. Eso lo dice en su capítulo sobre la nacionalidad en el libro «¿Existe el derecho a decidir?» y en el documental «L’endemà». La crítica ya la hice en el comentario al libro y en mi último artículo sobre secesión y nacionalidad. Recientemente se ha publicado el libro «Cataluña: Derecho a decidir y Derecho Internacional«, de Francesc Xavier Pons Ràfols, Catedrático de Derecho Internacional Público. De pasada, Pons apunta algo sobre la nacionalidad, y respecto de la teoría de Sagarra dice: «Este autor sostiene —paradójicamente, a mi entender, teniendo en cuenta la deriva que lleva todo el proceso— la compatibilidad de la hipotética futura nacionalidad catalana con la nacionalidad española y, por tanto, con el mantenimiento de la ciudadanía de la Unión Europea de los nacionales de una Cataluña independiente que, aun sin ser Cataluña un Estado Miembro de la Unión, podrían seguir siendo, al mismo tiempo, nacionales españoles y ciudadanos de la Unión.» (lo podéis leer en el PDF descargable en la página web del libro). No hay que ser muy avispado para concluir que Pons coincide con mi tesis (o que yo coincido con lo que piensa Pons) de que defender la doble nacionalidad automática es un disparate o que, como mínimo, resulta una paradoja defender la secesión y, a la vez, el mantenimiento de la nacionalidad española. Otra vez nos aparece la rebaja intelectual: como quiero un determinado resultado (la doble nacionalidad) voy a transmitir un mensaje incierto, con el que envalentonaré a la gente para que no perciba riesgos y, a la vez, crea que tienen razón.
Conclusión. Los intelectuales partidarios de la secesión -en este caso, especialmente centrando el foco en juristas- han dimitido de su obligación y no transmiten mensajes honestos ni apegados a la realidad. Apelan a las emociones y a lo que su público quiere oír. No hay vuelta de hoja. Técnicas de subida emocional. Suma y sigue.
Leí hace mucho tiempo en un libro, a saber cuál y estaba en inglés, algo que viene a cuento y, parafraseando de memoria la idea básica, venía a decir esto:
«Muchos intelectuales están tan desesperados para volver a formar parte de la especie humana común, que se tragarán la más absurda de las ideas con tal de formar parte del grupo [de moda, añado yo] Son muy sensibles a las apelaciones a las emociones justamente porque no quieren parecen como insensibles o demasiado fríos.»
La vergüenza pública hace mucho daño, y muchos opinadores son muy sensibles a esas miradas de «uy, lo que está diciendo», así que en privado dicen una cosa, cuando están solos escriben otra, pero cuando existe la posibilidad de decir algo en público (y el riesgo de que te caiga una turba encima,) todo lo anterior se olvida y uno se alinea a lo políticamente correcto (que en este caso y país es evidente qué doctrina es la más correcta.) O alisas tu discurso con una retahíla de disculpas previas (al estilo «eh, pero que yo no soy del PP» o «eh, que España también lo hace muy mal», etc.)
La otra frase para echarse a temblar cuando la escuchas es «hay que escuchar a los catalanes».
El nacionalismo no interesa a nadie fuera del círculo hasta que, un día, te encuentras con que solo hay una noticia en toda la prensa, en la asociación de padres se discute sobre el derecho a decidir, las fiestas populares se llenan de una sola bandera, tu equipo de fútbol favorito se pone una banderita en la manga, la culpa (no importa de qué) siempre es de alguien lejano, etc. Invaden todo el espacio público común y todo el foro en cuanto ámbito de discusión y, por necesidad intelectual y emocional, por reclamar un espacio propio, uno se defiende convirtiéndose en un ecléctico especialista en materias que nunca le interesaron.
Savater tiene un artículo titulado «La tentación de Siracusa» en el que habla de los intelectuales metidos a política. Al final, cita un fragmento de La identidad desdichada de Alan Fienkielkraut del que se pueden decir muchas cosas pero nunca que es un intelectual acomodado: «En los tiempos democráticos, todas las autoridades se hacen sospechosas, salvo la autoridad de la opinión. No hay ningún poder que la sociedad no recuse, excepto precisamente el poder social.»
Lo que veo en Cataluña es que los políticos independentistas se han plegado al mismo poder. La política ya no es espacio de reflexión, posibilismo y pacto donde se frena y se encauza el grito de las manifestaciones, el derecho ya no es cauce sino límite, los expertos ya no razonan y debaten sino que se ponen pompones y animan.
El voluntarismo sustituye a la razón, el cinismo a la reflexión y la cheerleader al intelectual.
Al menos en apariencia.