Protocolos de usos lingüísticos, sentencias y radicales

Aprovechando que ha salido a la luz pública la Sentencia de 9 de diciembre de 2015 de la Sala Quinta del TSJCataluña, que anula parcialmente un Protocolo de Usos Lingüísticos, comentaré algunas cuestiones sobre lengua, ese apartado ‘maldito’ que apenas he tocado en el blog por las malas vibraciones que genera. Eso sí, a cambio, y para no convertir esta entrada en un mastodonte de matices a cada frase (cada punto es susceptible de visiones y percepciones distintas), sólo pido que el lector acepte un cierto grado de generalización en algunas de mis afirmaciones y que no se tomen como la verdad absoluta en un tema en que no existe. Admito matizaciones y opiniones diversas, y gradaciones de todo tipo. Ahora, si alguien tiene ganas de polemizar con «exclusividades» de catalán o de castellano, que escriba en otro lado.

La primera afirmación sostiene que es sustancialmente cierto que en Cataluña no existe un conflicto lingüístico entre castellano y catalán (o apenas existe). La mayoría de quienes vivimos aquí asumimos con normalidad y naturalidad el uso de ambas lenguas. Con mayor uso de una u otra, o prácticamente exclusivo de una de ellas, o mezclado constantemente, da igual, en general no existe una fricción conflictiva que sitúe a uno contra el otro en el uso particular de castellano y catalán. [Acto seguido, debería de añadir como doscientas matizaciones, pero ya he advertido que no lo haré. Si acaso, la única matización es que, obviamente, hay quien no asume ese uso con naturalidad, y también he advertido que ruego se me permita generalizar o no acabaremos nunca]. En general, a cada uno le da igual si hablas en castellano o catalán. El problema empieza cuando se mezclan prejuicios y política, momento en que empiezan gestos desaprobatorios y alguna actitudes de difícil comprensión. Pero en el trato directo particular, en general -sí, ya sé que la mayoría puede explicarme simples anécdotas, o miradas que lo dicen todo, o algún roce o hasta algún problema por usar el castellano o el catalán- no existen demasiados problemas.

La segunda afirmación dice que a nivel institucional, por parte de quienes fijan directrices con reflejo en los usos lingüísticos, existe una cierta obsesión con el catalán y la postergación del castellano, lo cual incluye el Protocolo ahora parcialmente anulado. Aquí, ya me perdonaréis, no hay tantos matices (alguno sí, y tampoco acabaríamos). Que el castellano causa algún sarpullido (¡ojo! recuerdo que me estoy refiriendo, en general, a los que mandan, no a «la gente») a esos dirigentes se percibe, por ejemplo, con el uso del castellano que los Mossos han efectuado en varias ocasiones -creo incluso más veces que el par de enlaces adjuntos- como forma de llamar la atención y, a la vez, para irritar. Aquí, un enlace de 1996 (El castellano como arma sindical) y otro de 2012 (Los Mossos se pasan al castellano). Si el uso del castellano no irritase a alguien, no dudo de que las ‘acciones lingüísticas’ de los Mossos no se hubieran llevado a cabo. En esta segunda afirmación también podrían quedar incluidas algunas entidades -cada uno que piense cuáles, es otra vaguedad del artículo- cuya legítima finalidad de promoción y difusión del catalán se orienta no pocas veces en contra del castellano. [La contraafirmación de algunos puede consistir en que existe a quien el uso del catalán -a nivel institucional- le causa sarpullidos. Yo le doy la razón. Es verdad. Y una vez le he dado la razón, ¿está dispuesto a admitir que mi afirmación es cierta?]

La tercera afirmación dice que mi percepción (es la mía, otros la tendrán distinta) respecto al personal del sector público sanitario es que en general (disculpad de nuevo la imprecisión) aplica el sentido común y postulados próximos a mi primera afirmación, aunque sin duda habrá quien tenga más interiorizadas las directrices de las instancias superiores y sus intenciones de exclusividad del catalán. Tienen mucho más trabajo que estar pensando si castellano, catalán, o si les piden que les hablen en un idioma u otro. Es mi percepción. En general, claro. Que casos y situaciones hay de todo tipo, y esos también los he presenciado, pero en un grado tan pequeño comparado con las situaciones de normalidad que, a mí, me parecen irrelevantes a los efectos de este artículo.

La cuarta y última afirmación -más bien una argumentación- aborda algunos aspectos jurídicos relacionados con la Sentencia del TSJC. Ciertamente, puede cuestionarse el alcance normativo del protocolo: si era una recomendación, unas pautas orientativas, unas indicaciones imperativas… En mi opinión, se trataba de unas reglas que fijaban unas instrucciones a seguir o cumplir por el personal sanitario con la intención de establecer, de hecho o de derecho qué más da, una práctica exclusividad del catalán y la postergación del castellano. Vaya, justo de lo que se suele quejar el secesionismo, pero al revés. Y es que si os leéis el Protocolo (accesible en esta noticia de El Periódico) y la Sentencia del TSJC no hace falta ser una lumbrera jurídica para darse cuenta de que podía escribirse casi las mismas reglas sin necesidad de dotarlas de carácter imperativo, por una parte, y excluyente, por otra, que motivan su anulación parcial.

Con estas cuatro afirmaciones -podrían ser unas cuantas más- ya se puede llegar a alguna conclusión: si unimos la primera afirmación (inexistencia de conflicto, o conflictividad a nivel particular baja), la tercera (sentido común) y la argumentación de la cuarta (se puede redactar casi lo mismo de otra forma) con facilidad se llega a un resultado en el que puede predominar con toda tranquilidad el uso del catalán. Únicamente hay que fijarse en que la indicación de usar «normalmente» el catalán no tiene carácter imperativo (Fundamento de Derecho Octavo). Es tan sencillo como eso: promover la normalidad que una abrumadora mayoría asume con naturalidad, sea cual sea su preferencia lingüística.

Bueno, una abrumadora mayoría salvo los radicales, como los de la afirmación segunda (o los de la contraafirmación a la segunda). Lo malo es que el radicalismo contamina el ambiente y es fácil simular que el ruido de unos pocos expresa la voluntad de muchos o de casi todos (otra vaguedad). Si se quiere, no es tan difícil encontrar amplios puntos de encuentro. Claro que lo fácil es romper puentes y lazos y rasgarse las vestiduras. Y también es muy fácil culpar a los Tribunales.

Sobre la cuestión del idioma y algún enfoque sobre el tema, un reciente artículo de Xavier Rius, otro de Joaquim Coll sobre la enseñanza (destaco que Rius y Coll formulan alguna conclusión similar. Por cierto, como señala el artículo y detecto ampliamente en los últimos años en jóvenes con estudios universitarios: no es lo mismo hablar -o conocer- el idioma que dominarlo) y otro más de Coll.

Recuerdo: mesura en los comentarios. (Mesura, no censura)