A estas alturas, muchos ya conoceréis la intervención de Josep Maria Reniu en RAC1 en que, refiriéndose a una supuesta nueva legalidad catalana y, especialmente a una Hacienda o Agencia Tributaria, dice lo siguiente: «Serà en aquest, on el ciutadà que resideixi aquí, voluntàriament, només faltaria, podrà decidir si es manté en el territori i per tant està subjecte a un nou ordenament jurídic que es validarà en una Constitució de la república catalana posteriorment, o decideix no fer-ho, i per tant, marxar”.
No me cabe duda de que, el día que a Reniu le afeen esta frase, dirá que se le ha malinterpretado, que él no sugería la expulsión («voluntaria») de quien no se identifique con una hipotética república catalana. Esto es algo a lo que ya estamos acostumbrados: donde dije lo que dije, ahora digo otra cosa. Un claro ejemplo lo constituye Carme Forcadell, a quien ya he escuchado dos versiones distintas de lo que quería expresar cuando dijo que el PP y C’s no eran catalanes.
Por ser fieles a lo que dice Reniu, es cierto que no propone la expulsión, sino lo siguiente: «A quien no le guste, que se j… fastidie y se marche de aquí«.
A Reniu le salió de dentro, como en ocasiones he comentado, el pequeño totalitario embozado que algunos secesionistas llevan dentro, los que bajo el disfraz de la república abierta, tolerante y sonriente en realidad guardan el deseo de una sociedad monolítica y de discurso único, en que la discrepancia se convierte automáticamente en anticatalanismo. Nada hay menos catalán que toda esta clase de personas, especialmente visibles entre las élites.
Joaquim Coll, articulista de El Periódico y El País, con cierta frecuencia alude en sus escritos al «supremacismo» nacionalista, lo cual a mi entender resulta exagerado si lo aplicamos a nivel general. Sin embargo, cuando penetramos en esas élites a las que me refiero, las que conducen la política, las que elaboran los presupuestos téoricos e intelectuales, esa exageración se diluye: es claramente perceptible, de forma latente, y de vez en cuando se escapa, cuando no se expresa sin ambages. El nacionalismo excluyente. De Reniu y de tantos otros.