Sí, como lo leéis. Ha perdido. Y todos los demás también estamos perdiendo. No hace falta enredarse en si ganó su autoplebiscito o no. Es tan sencillo como reconocer lo siguiente: un proyecto de secesión, que propone crear un nuevo Estado separándose de otro, es un fracaso si sólo lograr seducir al 47,7% de los votantes, que sólo representan un 35% del censo electoral. Me seguiría pareciendo un fracaso aunque esos votantes fueran el 51%: ¿qué fuerza de seducción tiene un proyecto separatista que considera suficiente alzarse con el triunfo un apoyo tan ajustado (y escaso si lo computamos con relación al total del censo electoral)?
Esta entrada la empecé a redactar el domingo 4 de octubre. Me alivia observar que, desde esa fecha, y con esa idea central, hay bastantes personas que opinan algo parecido: Antoni Puigverd (casi parece que nos hayamos copiado, su artículo se titula «Perdemos todos»), Pau Marí-Klose (¿Un solo pueblo?), Jordi Gracia (La xarxa neuròtica) y hasta algo parecido expresa Josep Fontana. Con todos los matices que se quieran, con enfoques distintos, pero la idea de la división planea en todos ellos (la fractura ya es otra cosa, como agudamente señala Puigverd en su artículo).
Puedo equivocarme, pero creo que desde la perspectiva de quienes son partidarios de la secesión, este tipo de reflexiones están en franca minoría. Básicamente, niegan la división y se niegan a comprender las razones o motivos de quienes se oponen a la secesión. Por eso han perdido. Los secesionistas suelen afirmar que un tipo de Valladolid (por decir un sitio) es incapaz de comprender su idiosincrasia (dejemos de lado costumbrismos e interpretaciones de patio de colegio), su cultura, etcétera. En algunas cosas, y respecto de algunas personas (que pueden ser muchas o pocas) les puedo dar razón. Personas que viven a setecientos u ochocientos kilómetros a veces pueden tener prejuicios no basados en la realidad, es cierto.
Sin embargo, esos mismos secesionistas (no todos, sí muchos), tan quejosos siempre, son incapaces de comprender las razones de aquel con quien comparten mesa, de aquel con quien llevan conviviendo puerta con puerta toda la vida. De aquel con quien han ido al colegio, a la Universidad, al trabajo… Eso es alarmante. Hasta causa un poco de inquietud. Y eso sucede. Y, además, se niega.
Vuelvo al principio: un proyecto secesionista (ilusionante, dicen) que ronda el apoyo de la mitad de quienes votan (da igual que sea un 48%, como que sea un 52%) es un fracaso en toda regla. No hay ilusión, porque esa «ilusión» no es compartida, nada más y nada menos que por la mitad de la gente con quienes convives. [Por supuesto, cabe la lectura inversa. No obstante, quien dice ilusionar y seducir es el secesionismo].
Como decía, el secesionismo no está dispuesto a entender, comprender, ni aceptar los motivos de quien no comparte sus planteamientos; absolutamente nada. Justo lo que sostiene respecto de «los otros», aunque al revés. Esto es de una conversación real de hace unos días:
A: (…) y es que, claro, el separatismo debe entender que hay personas que se molestan porque se silbe el himno de España, cuando nunca en la vida se le ocurriría silbar Els Segadors, y menos con el Presidente de la Generalitat riéndose.
B: Pues yo me reí mucho.
A: ¿¿¿….??? Pero, bueno, signifiquen mucho o poco himnos o banderas, hay que respetar los símbolos de los demás. No se trata de libertad de expresión, sino de buena educación, de la convivencia. De que no puede ser que el Presidente de la Generalitat se ría.
B: Bah, esto es como silbar el himno del Real Madrid. Normal.
A: ¿¿¿….??? Pero eso es hacer lo mismo de lo que os quejáis. O peor. El Presidente en persona.
B: No es tan importante. Por cierto, me tengo que comprar unas VamCats nuevas.
Este diálogo es real, del pasado domingo. Al secesionismo (dominado por el nacionalismo más rancio, rampante y excluyente) le da igual que exista una división social (no hace falta que se manifieste mediante estallido violento, es mucho más sutil), le da igual lo que piensen sus conciudadanos que no están a favor de la secesión. El secesionismo nacionalismo no comprende lo que pasa entre quienes no apoyan la secesión (por cierto, los motivos y razones de no apoyar la secesión son más complejos y variados que himnos y banderas; es un ejemplo simple y, a la vez, significativo). No conocen Cataluña. Sólo conocen el pensamiento de quien les da la razón.
Sólo les interesa (empiezo a dudar que les importe) media Cataluña. El resto no cuenta. El resto, en su particular concepción de las cosas, es asunto perdido. Ni siquiera se esfuerzan en incluirlos en su proyecto. Con esos mimbres, el secesionismo ha perdido. (Y, evidentemente, todos estamos perdiendo).
A pie de calle es división, en las ideas es extranjerización. En resumen, el nacionalismo es un totalitarismo en el sentido de que niega las identidades plurales existentes y ocupa todo el espacio social de la identidad ideal que crea y define. Me remito, por ejemplo,al artículo de opinión de Pau Vidal en wilaweb «Nosaltres i ells»
Creo que no son sólo los secesionistas los que no cuentan con sus vecinos, los partidos políticos con aspiraciones a gobernar en España tampoco. Así lo expresan en su lenguaje y en sus propuestas. Diría que una vez que han votado » no» ya son solo posible moneda de cambio en las negociaciones y encajes variados.
Acabo con una apreciación y pido perdón por hacerla, veo mucho desencanto en el artículo. No es habitual.